martes, 16 de junio de 2009

Dar y recibir gracias

Ayer tuve la oportunidad de recibir un agradecimiento del jefe máximo del lugar donde trabajo. Cabe mencionar que es una persona con una gran inteligencia, gran capacidad y por lo que veo y aprecio, un enorme liderazgo.

Hago tanto énfasis, puesto que –como seguramente saben- cambié de trabajo. En mi trabajo anterior recibí mucha presión, mucha falta de cooperación, pero no dejé de pasar la oportunidad de madurar profesionalmente y fortalecer las dotes de adaptabilidad y de templanza. De hecho, una querida amiga mía decía que su paso por la citada institución era “un curso intensivo de temple”. Pero bueno, al grano: resulta que a los quince días escasos de haber ingresado (allá por el 2007), tuve una reunión directiva en que funcionarios de mandos medios éramos “expuestos” por el jefe. La reunión resultó una verdadera calamidad. Uno por uno fuimos pasando por la mirada de águila del jefe. Al pasar una compañera y hacérsele una pregunta, el jefe cargó contra ella alzando la voz y lanzándole improperios. Siguió con otro compañero de probada experiencia y aplomo. Lo mismo. La verdad es que pensé: “si me hace lo mismo, renuncio en éste mismo instante”.

Afortunadamente el Hitlercito calmó sus ansias de novillero ridiculizando en público a los dos compañeros. Sin embargo, la experiencia me dejó inmóvil momentáneamente. ¿Porqué se comporta así? ¿Cómo lo habrán tratado de niño? ¿Será satisfactoria su vida sexual? ¿Quién lo trata así para que viva buscando desquite?

Tristemente durante los dos años y fracción que trabajé por allí las cosas fueron iguales o peores. Sin embargo, hay luz al final del túnel y entendí muchas cuestiones del género humano que había ya leído o inferido. Comprendí la naturaleza de la ambición, de la envidia, de la frustración; pero también encontré capacidad técnica e intelectual, afecto, amor, compasión y solidaridad.

Pero dejo tangencialmente el tema, que trataré con más profundidad en posteriores entregas. En resumidas cuentas, en esos dos años jamás recibí del jefe máximo de la institución más que groserías, desplantes o desprecio. No importa, no esperé nada de un personaje inculto, grosero e ignorante.

Dejo en este texto el testimonio de que las cosas no tienen porqué ser igual (y lo digo en todo lo ancho del sentido de la frase), lo digo como mexicano y lo digo como ser humano. Las cosas pueden ser distintas y la diferencia la hace la educación y el respeto. Ese agradecimiento que recibí ayer de alguien a quien respeto y admiro vale infinitamente más que ese otro agradecimiento que nunca llegó, a pesar de haber dejado el alma y el cuerpo en el encargo que se me encomendó. Estoy tranquilo y agradecido con la vida. Procuraré transmitir el agradecimiento. Háganlo ustedes.

 
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