martes, 31 de marzo de 2009

Felicidades a Ariel Vercelli

Quiero felicitar por su nota sobresaliente en la defensa de su tesis doctoral.

¡Compa, cada día más chingón ! Felicidades.

No dejen de visitar su blog: http://www.arielvercelli.org/

Like a bat out of hell

Chales, mejor lo escribo ahora que está fresquito el sentimiento. Luego me puedo arrepentir.

Podría sonar cursi, pero hoy que fue mi último día en el infierno, extraño las llamas……

Mis compañeros me hicieron una despedida. Me preguntaron que dónde, que en qué restorán fino quería yo comer.

Ni madres: los mejores momentos los pasé en la fonda del camaroncito y allí quería regresar.

Todo fue para mí un pretexto para no derretirme. Quería evitar a toda costa la despedida. Enfrentar a cada uno de ellos para despedirme tuvo que ser previo respiro una o dos veces profundamente; con un alto grado de concentración en lo bueno que es salir del infierno, descansar. Sin embargo no fue fácil.

Uta, qué difícil va a ser dejar de compartir proyectos prospectivos y ciencia ficción con León.

Que difícil será no poder ir a la oficina de junto y sumergirme en un oasis de paz en medio de tantas llamaradas maléficas, con mi tlatoani en forma de amiga.

Extrañaré ser fumador pasivo con las eclécticas conversaciones de Wiki-Rosales, compartiendo más que conocimiento.

Se me estaba haciendo costumbre –agradable costumbre- sentirme apoyado en todo por Liz.

Koma, tu sabes cuánto te voy a extrañar.

Tantos amigos talentosos de los que dejaré de aprender cada día y con los que me divertí horrores: Anita, Mally, Brenda, Angelita, Caro, Nicolás, César, Óscar, Ángel, Chayito, Alfred, Chío, Monse, Carmen, Fernando y por supuesto: Gabs y su bebé.

Gracias por su apoyo a muchos otros amigos de distintos municipios infernales de donde salí hoy: Pumita, David, Samuel, Cindy, Lulú, Claudis, Brenda (súper), Terewere, Gustavo, Osvaldo, Maye, Rox, Trini, Olivia, William, Paulino, Diana, Elenita, Isra, Soni, Oliver, Arthur, Luis Enrique, Paco, Willy (paisano), Lety Barrios, Giovanni, y un resto de banda chida que me brindó su apoyo en estos dos años por allí.

Gracias a todos.

domingo, 29 de marzo de 2009

Pena ajena

No tengo palabras para describir lo que causó en mí enterarme que un tribunal decidió exonerar a Echeverría por el genocidio del 68.

Un par de días después del hecho ignominioso, conversaba con un querido amigo argentino sobre algunos puntos de coincidencia entre mexicanos y argentinos; basados en el hecho de que ambos países habíamos sufrido voraces ataques de autoritarismo de parte de nuestros respectivos gobiernos (si bien es cierto que a los del cono sur les había ido bastante más mal).

Tuve que agachar –virtualmente- la cabeza al platicarle que habían exonerado a Echeverria. Me dio pena ajena. Sentí que le decía detrás de la frase, que nuestras autoridades judiciales pueden ser volubles hasta el punto de exonerar a personajes como Marín, Ruiz, Echeverría. No actúan ante la obviedad de las pruebas; se doblegan ante el poder.

Siempre entre mi compadre argentino y yo ha habido una tácita competencia de orgullo por poner nuestro país por delante; siento que ahora perdí. Perdí porque –independientemente de lo que pase en Argentina-, no pude demostrar la solvencia moral de nuestro país. Yo sé que las decisiones de la corte no reflejan el sentir de millones de mexicanos; pero en teoría representan al país. Imagínese que el lector es una unidad en una familia de cinco miembros; en donde cuatro de ellos son ejemplares en su virtud mientras que uno de ellos es un delincuente feroz. ¿No dejaría el lector de sentirse (no apenado tal vez) sino triste?

Pues exactamente es lo que siento ahora. Ojalá en un futuro la historia nos permita rectificar como pueblo los garrafales errores de unos pocos individuos sujetos a los vendavales del poder.

Al 2 de octubre del 68, contaba yo con escasamente cuatro años y las consecuencias del acto vil me tocaron indirectamente, al igual que a muchísima gente.

Colaciónese.

domingo, 8 de marzo de 2009

Nuestra propia frontera sur

Una vez terminada de leer con detalle la extraordinaria colección “México y sus fronteras”, editado por la Secretaría de Relaciones Exteriores (primera edición, 2006), con la colaboración de importantes historiadores e investigadores de lo social; me llama una reflexión que deseo compartir con ustedes. 

Antes que nada debo explicar de qué consiste la colección. Se trata (hasta donde sé) de tres libros que relatan la conformación de las fronteras de México a través de los distintos períodos de la historia. Uno de los tomos se denomina “Espacios diversos, historia en común. México, Guatemala y Belice: La construcción de una frontera”; uno más se intitula “Un mar de encuentros y confrontaciones. El Golfo-Caribe en la historia nacional” y el más amplio en información es “El lindero que definió a la Nación” sobre la frontera México-Estados Unidos. 

Estos tres libros han ocupado horas apreciables de mi tiempo. Quiero comentar un detalle importante que se me escapaba hasta antes de su lectura: 

Así como los Estados Unidos se llevaron mediante la fuerza, la diplomacia o la astucia millones de kilómetros cuadrados de México, nosotros mediante técnicas muy similares, tomamos de Guatemala, mediante la firma del Tratado de Límites del 27 de septiembre de 1882, un total de 27,949 kilómetros cuadrados, que equivale a un poco más del 25 % de la extensión actual de dicho país.

Reflexión: Todo es relativo. Un enfoque chovinista nos hace odiar a los Estados Unidos por apropiarse de una gran parte de nuestro territorio, pero olvidamos el hecho de la frontera sur. Si bien es cierto que los casos no son comparables por su naturaleza histórica, el hecho quedó igualmente grabado en la memoria de nuestros vecinos guatemaltecos. Hace unos años, tuve la ocasión de vivir en Seoul, capital de Corea del Sur, durante algunos meses, en los que departí con un grupo de más de veinte latinoamericanos. Escuché un comentario burlesco de un compañero centroamericano, refiriéndose sarcásticamente del “big brother” mexicano.

Lo importante de ésta enseñanza se resume en la coloquial frase “vemos la paja en el ojo ajeno pero no vemos la viga en el propio”, lo cual nos sucede a todos; situándonos en un referencial que nos aleja de la visión del prójimo. Así, cuando nos quejamos por el tráfico; no nos ponemos a reflexionar sobre lo mal que lo pasan los vecinos que viajan por el anaranjado transporte hacinados y cansados, más que los que viajamos en auto.

Nos quejamos de lo cara que está la vida al salir del supermercado y pagar una cuenta de ochocientos pesos, sin reparar en que según una estadística que escuché en la radio hace unos días, sólo un 10 % de la población mexicana tiene ingresos suficientes para llenar el refrigerador.

No pretendo sonar conformista en medio de una crisis, sino invitar a los lectores a una reflexión de carácter profundamente humanístico, que nos hace demasiada falta en los momentos en los que vivimos de emergencia económica y de seguridad.

Es muy importante que volvamos a transmitir civilidad a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de escuela, de trabajo. Es importante notar cómo aumentan los pequeños diferendos entre conciudadanos provocados por la desesperación, por la necesidad latente de desquitarnos de la inmensa frustración en que se ha convertido nuestra vida cotidiana.

Veamos la viga en nuestro ojo y pidamos a los nuestros que nos la enseñen y aprendamos a cargarla. La situación me recuerda a la novela “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Los mexicanos nos estamos quedando ciegos y la ceguera es contagiosa. Tú o yo podemos quedarnos ciegos de un momento a otro. No debemos permitirlo.

 
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