El asunto es que tuve una entrevista técnica con un proveedor fuera de mi oficina. Había un par de personas más cuando llegó el personaje en cuestión. Sin saludar a nadie, prestando únicamente atención a su teléfono celular de última generación, escuchó con cara de "apúrense que mi tiempo es oro" las explicaciones que se le daban.
Su primera reacción fue descalificar. Estoy seguro que no entendió una palabra de lo que se le decía, pero descalificó. Eso le salió perfecto. El proveedor se puso rojo. Volteó al celular que vibraba y contestó una llamada. Salió de la habitación. Regresó al cabo de tres minutos con una cara de "bueno... ¿y luego?". Siguió la retahila técnica y de pronto: una amenaza.
La dirigió a la persona equivocada. Corrigió. Otra amenaza. Ahora sí atinó.
Siguió sin entender hasta que dijo que sí, aunque amenazó con despedir a alguien si no funcionaba la cosa. Dijo algo medianamente congruente en todo el tiempo que duró la entrevista y se fue sin despedirse.
La moraleja del asunto es: No importa cuanto cueste la cosa. No importa para que sirva la cosa. El asunto es aprovechar cualquier mínima oportunidad para revalidar su tambaleante autoridad mediante la amenaza. No importa el conocimiento técnico ni administrativo. Las decisiones se toman con las nalgas. No hay planeación alguna.
Por eso estamos como estamos. ¿Pero de quién es la culpa? De nosotros por permitirlo.
Historias como estas se repiten por todos lados, excepto en mi oficina, claro.
2 comentarios:
Solo le recuerdo al DR Bombai que si está en esas reuniones porque no hace nada
Gracias anónimo. Al menos el Dr. tiene el valor.... no le vale.... Jajajajj
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